¡Feliz día de la mujer!
¿Qué tal vuestro día? El mío muy movidito. Hemos ido a comprar plantas y flores para el jardín. Por lo que vamos a tener un lugar tranquilo y colorido para esta primavera. ¡Por fin! Bendito síndrome del nido. Jajaja
Voy a por el tercer capítulo, que por lo que veo, está gustando. Y sabéis que eso me encanta y me motiva más. Así que vamos a por ello.
Capítulos anteriores:
Destino Cap.1
Destino Cap.2
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DESTINO
Capítulo 3:
Después de una comida muy entretenida, Joe se llevó a Elena a tomar un café a otro sitio. En la comida apenas habían hablado. Después de esa conversación, donde Elena había sentido entre rechazo y alegría, la cosa se había quedado un poco fría. Sin embargo, volvió a animarse y comenzaron a hablar.
- ¿Y cómo murieron tus padres? Recuerdo que en la entrevista me dijiste que estabas sola... ¿Y a qué te dedicas? No me lo has dicho.
- Mis padres murieron en un accidente de avión hace unos años. - Recordó con tristeza.- Y soy ayudante de recepción en un hotel de cuatro estrellas. Me saqué la carrera de dirección de empresas y hablo seis idiomas.
- Muy interesante. -La miró con curiosidad.- Pareces muy inteligente, pero sin embargo, tienes un trabajo de mierda. ¿Porqué? -No lo dijo con mala intención, pero Elena arqueó la ceja. - No me mires así. Tienes una carrera e idiomas, podrías aspirar a algo mucho mejor. Estás desaprovechada.
- Eres demasiado sincero, para conocerme tan poco. Pero... -Suspiró.- Supongo que tienes razón. Pero como no soy hija de... O amiga de.. Los trabajos son difíciles de conseguir. Estamos en crisis, ¿recuerdas? - Sorbió su café con hielo y miró hacia el mar.
- Ya. -Se quedó pensativo y no hablaron nada más. Simplemente, disfrutaron de la mutua compañía.
Horas más tarde y tras breves charlas sin importancia, volvieron a casa. Y algo había cambiado. Habían creado una conexión especial, Elena ahora lo veía con otros ojos. Ya no le daba miedo o la asustaba lo grande que era. Su mirada era tierna y cariñosa, era el típico hombre que cualquier mujer querría: Un protector. Y eso hizo que sintiese algo que no comprendía, pero dejó pasar esas emociones. A fin de cuentas, él no estaba interesado en ella. Solo quería una compañera de piso, por lo que iban a ser buenos amigos.
Un mes más tarde, la convivencia era completamente diferente al principio. La vergüenza se había quedado guardada en un cajón, Joe traía a sus ligues a casa, Elena pasaba la mitad del día fuera de casa y cuando ambos coincidían, se divertían juntos charlando. Joe era realmente un caballero con ella. Y ella cada vez, estaba más pillada por él.
Joe la miraba de una forma diferente, no como miraba a las mujeres que llevaba a casa. Y en cierto modo, eso le dolía, porque no se sentía sexy. Una noche, Elena volvió cansadísima a casa y Joe le pidió un favor...
- Elena, por favor, te necesito. Dime que esta noche puedes acompañarme a una fiesta.
- ¿A una fiesta? ¿Ahora? - Miró el reloj. Estaba realmente cansada y Joe lo sabía, pero era una emergencia para quitarse a su madre de encima.
- Mi madre quiere conocerte o vendrá ella aquí. Es su cumpleaños. -Suspiró.- Me ha dicho que o te llevaba o ella vendría aquí para conocerte. Le he hablado tan bien de ti, que ahora te considera la chica ideal.
- ¿Es coña, no? ¿Me has visto? Parezco un cadáver andante. No, por favor... Dile que estoy enferma.
- Elena, por favor. - Le puso una cara de súplica tan mona, que cedió.
- Está bien ,deja que me de una ducha. -Suspiró. - Que sepas que ahora mismo te odio. Y me debes una cena. -Lo señaló con el dedo a modo de regañina.
- Hecho. - Le lanzó un beso y le guiñó el ojo.- Yo también voy a ducharme. EN media hora tienes que estar lista. Es una fiesta bastante normal, un vestido e irás perfecta.
- Gracias por el dato. -Enarcó la ceja y le lanzó una zapatilla. - No me trates como a una niña, idiota. -Se metió en su habitación, pero pudo atisbar una pequeña sonrisa de Joe antes de cerrar la puerta. Eran tal para cual.
Media hora más tarde, tal y como Joe le había pedido, Elena salió de su habitación. Joe intentaba verla como a una hermana pequeña, pero viendo a esa chica, tan natural, tan ella... Era imposible. Llevaba un vestido negro, ajustado, palabra de honor y unos tacones sencillos, junto a una chaqueta a juego. Aunque él prefería verla desnuda, en su cama. Sin embargo, esa idea debía desaparecer de su cabeza. Ella era buena, intocable. No iba a romperle el corazón a una mujer como ella. Además, solo tenía veintiséis años y él ya era un hombre de cuarenta. Él había vivido demasiado y ella aun tenía muchas experiencias por vivir. Él era un loco de las fiestas y las mujeres. Ella era tranquila y una mujer para toda la vida. Debía encontrar a alguien que nunca le hiciese daño. Aun así, no podía evitar pensar, que si él fuese mejor persona, querría una mujer como ella. La querría a ella.
Al llegar a la fiesta, todo el mundo se giró a mirarles. Elena iba del brazo de Joe para no matarse con los tacones, ya que la fiesta era en una terraza y habían pasado por una zona con pequeñas piedras en el suelo. Era raro ver a Joe con una mujer, pero sobretodo, en casa de su madre. Por lo que la gente comenzó a cuchichear, hasta que una mujer de unos sesenta años, se acercó a ellos.
- Al fin la has traído. Hola Elena, soy Kathy. La madre del mastodonte. - Le sonrió y Elena supo inmediatamente, que esa mujer iba a caerle de maravilla.
- Es un placer conocerla. -Sonrió.
- Mamá, no la agobies, que acabamos de llegar. -Le dio un beso en la mejilla de forma cariñosa a su madre y Elena vio que ese hombre, en realidad no se conocía a si mismo. Era cariñoso, aunque intentase parecer el tipo duro y golfo que todos veían.
- No seas tan quejica, hijo. A veces pareces un viejo remugón. -Le dio un pequeño golpe en el brazo. - ¿Me dejas hablar con ella un rato?
- ¿Conmigo?
- ¡Mamá! ¿Qué tienes que decirle que yo no pueda escuchar? -Dijo entrando en pánico.
- Cosas de mujeres. Vete a saludar a tu padre antes de que venga con una de esas copas venenosas que le gusta tanto hacer.
- Si, mamá. Elena, si la vieja te da mucho la lata, grita y vendré a por ti. - Dijo poniéndole la mano en la cabeza en modo cariñoso, un modo, que su madre jamás había visto.
- No te preocupes, creo que nos vamos a llevar bien. - Sonrió.- Anda, ve con tu padre. Yo me quedo aquí.
Elena estaba nerviosa, no sabía que querría Kathy. Además, no la conocía de nada, pero le daba buenas vibraciones. Intentó calmarse y la siguió.
- Bien, Elena. Hablemos. -Hizo ademán para que se sentase a su lado. - Creo que te tengo que dar las gracias...
Continuará.